miércoles, 29 de junio de 2011


Me sentaré en una silla muy quieta y muy recta, en medio de todos. No hablaré, ni parpadearé. Y apenas respiraré.
Dejaré que todos me miren al pasar y se pregunten si estoy viva o muerta. Si soy persona o sólo un muñeco de cera.
Les seguiré con la mirada sin que me vean, haciéndoles sentir incómodos y juzgados pues sentirán cómo mis ojos siguen cada uno de sus pasos.
Escucharé sus conversaciones y sus risas, cambiando ligeramente, de manera casi imperceptible mi expresión, tomada en asco y se sentirán estúpidos pues apreciarán ese desprecio en mi cara creyendo que es una miaginación suya.
Y oloré sus perfumes y su sudor. Sabré cómo se sienten, si apagados o excitados. Sabré sus intenciones según la elección de cada fragancia. Y cuando ya no aguante ese hedor, me
zcla de perfumes y cuerpos me levantaré de mi silla, sacudiré el polvo que cubre mi cuerpo. Escupiré a sus pies y caminaré me alejaré de esas personas y de sus instintos y sus corazones hasta que no escuche voz alguna, sólo mis latidos. Hasta que no vea rostro alguno, sólo la luz clara del cielo. Hasta que no huela persona alguna, sólo la putrefacción de mi propio cuerpo.

2 comentarios:

  1. Es mayormente soportable el hedor de tu propia descomposición, que el embriagador perfume de la escoria enmascarada.

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  2. es más, a mi putrefacción la llamaría perfume y a sus olores hedores...

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